miércoles, 3 de febrero de 2016

PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES

i no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
 
El rey pues, finalmente, revocó la sentencia misericordiosa que había pronunciado primero, y le aplicó la sentencia más dura a su disposición: Que sea entregado a los cobradores más exigentes y severos a causa de su mal corazón, para que lo atormenten hasta que pague el último centavo adeudado. El hombre pasó de  tener toda su deuda remitida, a tenerla toda exigida y, ahora sí, sin compasión alguna. Él había sido librado de la cárcel por la compasión del rey, pero como no quiso ser a su vez compasivo con su consiervo, él mismo se echó en la cárcel. La misma justicia dura que él quiso aplicar a su colega, le fue aplicada a él.
 
No hay peor prisión que la del corazón que no perdona. El rencor que guardamos a los que nos han ofendido nos atormenta a nosotros, no al que ofendió, y puede incluso enfermarnos. La verdadera libertad de la cárcel del rencor en que tendemos a encerrarnos se alcanza sólo perdonando de todo corazón a los que nos han ofendido.
 
Jesús concluye la parábola diciendo: "Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
Tal como vosotros hagáis con las personas que os ofendan, así obrará mi Padre con vosotros. Si no estáis dispuestos a perdonar, tampoco hallaréis perdón en la  corte celestial. Jesús lo dijo:"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." (Mt 5:7)
 
No debe sacarse, sin embargo, conclusiones equivocadas de la parábola, como algunos han hecho, en el sentido de que Dios, como hizo el rey, puede revocar el perdón ya concedido al pecador. Una vez perdonados los pecados, lo están para siempre. Pero otra cosa es cuando el pecador fuera reincidente, y no mostrara  arrepentimiento. Si los pecados viejos le fueron perdonados, los nuevos no lo serán, si no se arrepiente.
 
De otro lado, ésta no es más que una parábola, es decir, un relato que ilustra una enseñanza. Si al perdonar al siervo que le debía una enorme suma el rey hizo un gesto de una generosidad excesiva, porque él no conocía el corazón del mal siervo, y no podía prever cómo el mal siervo se comportaría con su colega, Dios conoce perfectamente nuestros corazones y sabe muy bien cómo nos comportaremos ante cada situación que enfrentemos.
 
Esta parábola es, en el fondo, un desarrollo en forma de narración, de una de las peticiones del Padre Nuestro y de la explicación que sigue: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". (Mt 6:12) Notemos que en el idioma arameo que hablaba Jesús una misma palabra significaba  deuda y pecado, reflejando el hecho básico de que, al pecar, el hombre contrae una deuda con Dios. "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas". (Mt 6:14,15).
Hay otras escrituras que expresan pensamientos afines: "Con la medida con que midáis, os será medido" (Lc 6:38); y "Trata a los demás como tú deseas ser tratado". (Lc 6:31). Pablo expresa el mismo pensamiento: "...perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros." (Col 3:13).
 
La parábola contiene, por lo demás, una enseñanza valiosa acerca de la relación que existe entre la redención y la compasión que debemos mostrar con el hermano que nos ofende. No hay nada que el hombre pueda  hacer para expiar la culpa de sus pecados, pues constituyen una deuda inmensa e impagable. Pero Dios, consciente de nuestra incapacidad, cuando le pedimos perdón sinceramente, nos perdona por pura gracia, porque Jesús, al morir en la cruz por nosotros, expió todas nuestras culpas y canceló nuestra deuda.
Si Dios se porta así con nosotros, ¿cómo debemos nosotros comportarnos con nuestro prójimo? Al que mucho se le concede, dijo Jesús, mucho se le demanda (Lc 12:48). Si Dios te perdonó una deuda tan grande ¿no debes tú, aunque te cueste, perdonar la pequeña deuda (comparativamente hablando) que te debe tu prójimo?
 
Notas: 1. La ley mosaica permitía que se vendiera a alguien como esclavo si no podía hacer restitución de lo robado (Ex 22:3 cf Is 50:1) aunque después el profeta Amos (Am 2:6; 8:6) y Nehemías (Nh 5:4,5) denunciarían esa práctica. Cabe preguntarse ¿cómo es posible que la ley de Dios autorizara esa costumbre inhumana que era común entre las naciones entonces, e incluso bajo la ley romana? Como dijo Jesús alguna vez, por la dureza de sus corazones Dios permitía algunas cosas. Él expresaba de esa manera su condena del hurto. También autorizaba la ley que, si un hombre empobrecía, se vendiera a otro israelita, pero no como siervo, sino sólo como criado, y que en el año del Jubileo él y sus hijos recuperaran su libertad y sus posesiones (Lv 25:39-41). Véase en 2R 4:1-7 el episodio del aceite de la viuda donde el acreedor se iba a llevar a sus dos hijos.
2. Como podemos enterarnos por los diarios, esa práctica salvaje subsiste todavía en el Medio y Cercano Oriente.
3. Basanistais, es decir, atormentadores.
 
Amado lector: yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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